lunes, 16 de septiembre de 2013

Julio 2011-27
           
                                                                    
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo
de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
Jorge Luis Borges.


Es un día de invierno, la lluvia arrastra las penas de otros poblados y en los ojos del rio puedo ver las carencias de los niños goajibos que viven cerca del que ha sido mi hogar estos últimos cuatro años. Me he despertado a arrancar de la tierra blanda las ramas del “Pajete” es una planta curativa que nosotros los criollos llamamos malojillo, los espíritus malos se vienen en las aguas del invierno y todos estamos con la nariz y los ojos enrojecidos por causa de la gripe. Te escribo desde un lugar interior en el que habitan los cantos y los recuerdos de la niñez, los cuidados de mis hermanas mayores y los papagayos de colores que se fueron perdidos en el cielo que miraban mis padres. Este cielo es bajito, las estrellas pueden derramarse en la frente de los soñadores y las piedras negras del macizo calientan los pasos de los ancestros, que se vienen en las caídas del atardecer a contarme el mundo que miro y por el que lucho. El  pasado atraviesa la vida a cada minuto, los indígenas en el pueblo son mis primeras visiones al salir de casa, llegan de lugares remotos con ajíes, yuca, manaca, ceje, maíz, piña, hacen sus tiendas en las esquinas de los mercados de los criollos. Tienden su vida en la calle con determinación, aunque algunos no tienen la misma suerte… En el pueblo hay muchas licorerías, algunos indígenas trabajan tierra ajena y el cobro se les va en aguardiente, caminan desvariando por las calles, hinchados de sol y de caña fuerte.
Mi vida gira con lentitud, el follaje de la selva cubre los recuerdos urbanos, así devorándolo todo hasta desaparecer las casas donde he vivido. El tremedal que escribió Gallegos…Es una palabra de la memoria que no quiere marcharse con este invierno.  En la mente del universo reposan mis quejas y mis historias de amor irresolutas, pero en la mente del amor está inscrita la oración del amanecer y el vuelo de las aves que visitan el alma. Las sagradas presencias que llenan de paz estas horas en las que te escribo, los muertos del otro lado del rio que claman en mis oídos el contar sus historias, el nombrar su grito, revivir las leyendas que miro precisa de una lanza, llevar los pies descalzos y el pecho apretado de amor.
Contenida, así es como amanecí.
La visión del amanecer es un hombre amerindio anudando una cesta con cogollito de palma, luego desaparece y mi voz de niña que no se ha ido de adentro de mi, me dice; -Ya se fue, vino desde muy lejos a reparar tu cesta- Entonces me quedó  en las manos una cesta de elaboración panare que recibe todas las cosas pequeñas que caen en mis bolsillos, metras, tornillos, un labial que nunca usé y envejeció, un pastillero de plata que me regaló una amiga, piedritas, papelitos, cosas que recojo de la tierra, semillas que luego se convierten en polvo. Es mi cesta que miro todos los días,  y  es también una de las irrealidades con las que vivo día a día, ver el pasado, ver el futuro, escuchar el pasado, escuchar el futuro.
He pensado hasta dormirme en el no tener  un vestido rojo, nunca he usado un vestido rojo y  hace tiempo no llevo vestido, soy una mujer de bota y pantalón, pero eso es ahora, antes si, usaba vestidos de la india, con sandalias de cuero como las mujeres de los 60, un profesor de una universidad en la que estudié me habla aún en el recuerdo de mi condición anacrónica, canto canciones antiguas y tengo una inteligencia fragmentada e incoherente como el nuevo mundo.
Oscar Wilde decía que sólo publican la memoria las personas que la pierden, la memoria del pueblo indígena retumba en la cabeza de la dignidad de los pueblos del sur y la memoria que podemos ser los que asistimos a este encuentro de la historia con la evolución, alcanzamos a guardar las experiencias.
Usted no es India, me dijo un afrodescendiente en una reunión en la que se discutía la delimitación del territorio indígena Venezolano, y yo me sentí muy intimidada y le contesté; no, yo soy mestiza.- Colérico me respondió, mestiza son las vacas. Se trataba de un alunado antropólogo, de cabellos largos y rostro muy duro. Llevo toda mi vida en este lugar y aún no entendemos hacia dónde vamos, continuó diciéndome, pasamos días a orillas de un rio selva adentro, yo terminé recibiendo cuidados de un Yekuana, que ponía mucha ropa sobre mí, y echaba el humo de un tabaco en mi oídos, la única sensación  certera que tengo de la muerte, es el frío en mis huesos, como esa noche, como otras noches, el Yekuana bancaba mis oídos y logré amanecer aferrada a su cobija. Me dio a beber hierbas en la madrugada y me dijo solidario, seguro que eres nuestra, seguro… así fue como me inicié en la lucha indigenista, después de un regaño en que entendí que no sabía nada aún, por ejemplo no sabía que los indios no querían morir arrodillados.
Y yo con este crucifijo colgado en mis ojos.
Jung decía que quien mira hacia dentro; despierta, estoy despierta de este modo insólito. La memoria es agua que se derrama y árboles de raíz fuerte. Y más que eso, es la razón del tiempo en nosotros.


Ana C. Saavedra.

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