Julio 2011-27
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo
de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
Jorge Luis Borges.
Es un día de invierno, la lluvia
arrastra las penas de otros poblados y en los ojos del rio puedo ver las
carencias de los niños goajibos que viven cerca del que ha sido mi hogar estos
últimos cuatro años. Me he despertado a arrancar de la tierra blanda las ramas
del “Pajete” es una planta curativa que nosotros los criollos llamamos
malojillo, los espíritus malos se vienen en las aguas del invierno y todos
estamos con la nariz y los ojos enrojecidos por causa de la gripe. Te escribo
desde un lugar interior en el que habitan los cantos y los recuerdos de la
niñez, los cuidados de mis hermanas mayores y los papagayos de colores que se
fueron perdidos en el cielo que miraban mis padres. Este cielo es bajito, las
estrellas pueden derramarse en la frente de los soñadores y las piedras negras
del macizo calientan los pasos de los ancestros, que se vienen en las caídas
del atardecer a contarme el mundo que miro y por el que lucho. El pasado atraviesa la vida a cada minuto, los
indígenas en el pueblo son mis primeras visiones al salir de casa, llegan de
lugares remotos con ajíes, yuca, manaca, ceje, maíz, piña, hacen sus tiendas en
las esquinas de los mercados de los criollos. Tienden su vida en la calle con
determinación, aunque algunos no tienen la misma suerte… En el pueblo hay
muchas licorerías, algunos indígenas trabajan tierra ajena y el cobro se les va
en aguardiente, caminan desvariando por las calles, hinchados de sol y de caña
fuerte.
Mi vida gira con lentitud, el follaje
de la selva cubre los recuerdos urbanos, así devorándolo todo hasta desaparecer
las casas donde he vivido. El tremedal que escribió Gallegos…Es una palabra de
la memoria que no quiere marcharse con este invierno. En la mente del universo reposan mis quejas y
mis historias de amor irresolutas, pero en la mente del amor está inscrita la
oración del amanecer y el vuelo de las aves que visitan el alma. Las sagradas
presencias que llenan de paz estas horas en las que te escribo, los muertos del
otro lado del rio que claman en mis oídos el contar sus historias, el nombrar
su grito, revivir las leyendas que miro precisa de una lanza, llevar los pies
descalzos y el pecho apretado de amor.
Contenida, así es como amanecí.
La visión del amanecer es un hombre
amerindio anudando una cesta con cogollito de palma, luego desaparece y mi voz
de niña que no se ha ido de adentro de mi, me dice; -Ya se fue, vino desde muy
lejos a reparar tu cesta- Entonces me quedó
en las manos una cesta de elaboración panare que recibe todas las cosas
pequeñas que caen en mis bolsillos, metras, tornillos, un labial que nunca usé
y envejeció, un pastillero de plata que me regaló una amiga, piedritas,
papelitos, cosas que recojo de la tierra, semillas que luego se convierten en
polvo. Es mi cesta que miro todos los días,
y es también una de las
irrealidades con las que vivo día a día, ver el pasado, ver el futuro, escuchar
el pasado, escuchar el futuro.
He pensado hasta dormirme en el no
tener un vestido rojo, nunca he usado un
vestido rojo y hace tiempo no llevo
vestido, soy una mujer de bota y pantalón, pero eso es ahora, antes si, usaba
vestidos de la india, con sandalias de cuero como las mujeres de los 60, un
profesor de una universidad en la que estudié me habla aún en el recuerdo de mi
condición anacrónica, canto canciones antiguas y tengo una inteligencia
fragmentada e incoherente como el nuevo mundo.
Oscar Wilde decía que sólo publican
la memoria las personas que la pierden, la memoria del pueblo indígena retumba
en la cabeza de la dignidad de los pueblos del sur y la memoria que podemos ser
los que asistimos a este encuentro de la historia con la evolución, alcanzamos
a guardar las experiencias.
Usted no es India, me dijo un
afrodescendiente en una reunión en la que se discutía la delimitación del
territorio indígena Venezolano, y yo me sentí muy intimidada y le contesté; no,
yo soy mestiza.- Colérico me respondió, mestiza son las vacas. Se trataba de un
alunado antropólogo, de cabellos largos y rostro muy duro. Llevo toda mi vida
en este lugar y aún no entendemos hacia dónde vamos, continuó diciéndome,
pasamos días a orillas de un rio selva adentro, yo terminé recibiendo cuidados
de un Yekuana, que ponía mucha ropa sobre mí, y echaba el humo de un tabaco en
mi oídos, la única sensación certera que
tengo de la muerte, es el frío en mis huesos, como esa noche, como otras
noches, el Yekuana bancaba mis oídos y logré amanecer aferrada a su cobija. Me
dio a beber hierbas en la madrugada y me dijo solidario, seguro que eres
nuestra, seguro… así fue como me inicié en la lucha indigenista, después de un
regaño en que entendí que no sabía nada aún, por ejemplo no sabía que los
indios no querían morir arrodillados.
Y yo con este crucifijo colgado en
mis ojos.
Jung decía que quien mira hacia
dentro; despierta, estoy despierta de este modo insólito. La memoria es agua
que se derrama y árboles de raíz fuerte. Y más que eso, es la razón del tiempo
en nosotros.
Ana C. Saavedra.
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